lunes, 3 de febrero de 2014

El cuatro de Julio Coromoto



  “Lo cuentan las voces de los que se resisten”

Identidad y Tradición

 El cuatro de Julio Coromoto
Cuento a propósito del Año Nacional del Cuatro
Patrimonio Cultural de Venezuela 
  (Mayo 2013 - Mayo 2014) 

…Al principio de los tiempos cuando Venezuela se conocía como Agua Grande, Wanadi tocaba las maracas y le cantaba a los Dioses del cielo para que todo saliera bien, porque su mujer Imanate estaba en labores de parto, Wanadi era un hombre muy alegre y querendón, en su canto alegre y bullanguero pedía porque su primogénito fuese varón y además por su mujer, para que no sufriera daño alguno. 

Los Dioses se sentían alagados por Wanadi que hacía sonar las maracas con ritmo y melodía, por lo que decidieron bendecirlo complaciendo ambas peticiones, Wanadi agradecido le dijo a Imanate:

-“Los dioses han sido buenos con nosotros por lo tanto en su honor nuestro hijo se llamará Shi, el traerá luz a nuestro hogar y yo le enseñaré todo lo que sé”.

     Imanate también invadida por la emoción le comentó:

-“No olvides nunca enseñarle a tocar las maracas y a cantar como tú, mira que con esos dones no solo hechizas a los Dioses a mí me haces la vida placentera y llevadera”.

     Shi aprendió de su padre a cosechar, a cazar, a pescar, a comer lombrices de tierra, insectos de agua, camarones, ostras, a cocinar el báquiro, el pescado, los plátanos, la yuca y otros muchos alimentos, también aprendió los secretos shamánicos, a respetar a los muertos y sobre todo a agradecer a los Dioses a través de sus coplas improvisadas que encantaban a cualquiera y del sonido armónico de las maracas que se las había dejado su padre hechas con el fruto del totumo, árbol maravilloso del cual nuestros ancestros pudieron elaborar vasijas como platos, cucharas y pocillos entre otros, además de un brebaje para calmar el dolor de estomago.

     Las maracas confeccionadas por Wanadi eran muy especiales no solo porque provenían de ese maravilloso árbol sino porque sus taparas estaban adornadas en la parte de arriba con unas hermosas plumas rojas y blancas que simbolizaban el copete del pájaro carpintero, dentro de su interior se entremezclaban diferentes tipos de piedras preciosas como cuarzos, esmeraldas, oro, entre otras más que al rosar entre ellas gracias al movimiento rítmico de las manos generaban un sonido celestial con los que Dioses y humanos quedaban embelesados.  

Shi trasmitió sus conocimientos a su hijo Kumashi y éste a su hijo Kahunya, quien hizo lo propio con su hijo Nóno. Ya habían transcurrido muchos años y el territorio que se conocía como Agua Grande ahora es Venezuela; los nativos ya no están solos, conviven con españoles y africanos a Nóno lo habían bautizado como Julio Coromoto.

Julio Coromoto era peón de Don Fernando un español artesano-carpintero que siempre le pedía después de la faena de trabajo que lo entretuviera un rato con algunas coplas al compás de sus maracas, y Julio Coromoto siempre le contestaba:

-“Yo puede ser que cante y toque un rato, pero usted me acompaña con la guitarrilla, ya que a mí me gusta mucho como suena esa lavativa”.

El sonido de aquella guitarrilla deslumbraba tanto a Julio Coromoto que no pensaba en los Dioses de sus ancestros, solo en su mente había espacio para escuchar las notas armónicas que emitía aquel encantador instrumento. Un día, después de entretenerse un rato con Don Fernando, caminando para su casa, llevaba las maracas en su mano derecha, cuando de súbito el olor de la selva lo envolvió, al percatarse del mismo notó que las maracas que tenía en la mano derecha sonaban rítmicamente sin que él las moviera, quiso detener el sonido cuando fue sorprendido por un impetuoso aguacero que lo obligó a cobijarse debajo de una Palma de Moriche mientras llovía, esperando a que escampara Julio Coromoto se quedó dormido, en su sueño vio a Amana un espíritu mitad hombre y mitad serpiente guardián de la lluvia y de la selva, quien le dijo:

-“Has ofendido a tus ancestros por tu comportamiento y ellos me han pedido que te quite las maracas sagradas que con mucho amor hizo Wanadi”.

Julio Coromoto triste y avergonzado dijo a Amana:

-“Dile a mis ancestros que acepto el castigo por haberlos deshonrados, no soy digno de poseer las maracas sagradas de mi tatarabuelo Wanadi, pero también diles que voy hacer lo que sea para recobrar la honra que acabo de perder”.

Amana sentía el dolor con el que le hablaba Julio Coromoto. y condolido dijo:

-“Te voy a ayudar a congraciarte de nuevo con tus ancestros”.

Julio Coromoto sorprendido por la benevolencia de aquel espíritu no daba crédito a lo que escuchaba, siempre habían dicho que Amana era muy celoso con sus dominios y quien entraba en ellos nunca salía de allí, Amana sabía lo que él estaba pensando entonces le dijo:

-“No temas Julio Coromoto voy a ayudarte no a recuperar las maracas sagradas, sino más bien a crear un instrumento parecido a la guitarrilla de Don Fernando, ya que a mí también me gusta cómo suena esa lavativa”.  

Ahora ya más tranquilo Julio Coromoto y entusiasmado por lo que había escuchado preguntó:

-“¿Cómo vamos a construir ese instrumento, su madera es especial y las cuerdas de donde las saco?”.

Amana algo enérgico le respondió:

-“Soy el guardián de todo lo que ves, la lluvia, los ríos, la selva, todo, todo está bajo mis dominios, por lo tanto lo que yo ponga en tu manos servirá para el fin perseguido porque contará con mi bendición”.

Julio Coromoto escuchaba atentamente mientras Amana seguía hablando:

-“El instrumento que harás será más pequeño porque quiero que esté al alcance de todos, tendrá cuatro cuerdas que honraran a tus ancestros, tu padre, tu abuelo, tu bisabuelo y tu tatarabuelo, para que ellos se sientan alagados acompañaras al instrumento con maracas, después que aprendas a tocarlo, enseñaras a otros, a niños y a viejos, luego emigraras a otras tierras para enseñar otros y así estarás por el resto de tus días emigrando de pueblo en pueblo enseñando a todos hasta cubrir a toda Venezuela”. 

Julio Coromoto no estaba asustado ante semejante compromiso, muy por el contrario la emoción lo embargaba, solo que no comprendía porque toda Venezuela, si apenas él conocía el terreno que pisaba, por lo que preguntó:

-“¿Porqué caminar tanto, yo solo conozco aquí donde vivo?”.

Amana le contestó:

-“Porque quiero que los Dioses oigan en todas partes el sonido armónico que generará ese instrumento y así como yo soy el guardián de todo lo que ves, tú serás el guardián de ese instrumento y el creador de la música que de él emane”.

      Julio Coromoto no comprendió aquello que le habían dicho y dudando preguntó:

-“¿Guardián yo y para qué?”.

      El espíritu de la selva con tono taimado le respondió:

-“El instrumento y las maracas generaran un sonido celestial que unido al canto alegre y bullanguero mantendrán a los Dioses y a los humanos despiertos y entusiasmados, tal situación hará que los espíritus malignos de la noche se pongan celosos y trataran de molestar y atacar a aquellos que con su música y sus canto logren divertir a los Dioses, los hombres se defenderán pero si no cuentan con el apoyo tuyo todo será en vano, por eso debes ser el guardián”. 

       Julio Coromoto despertó y ya no llovía, levantó su mano derecha para comprobar que tuvo un sueño, pero en ella no estaban las maracas, sujetaba dos hojas de la Palma de Moriche. Inmediatamente y sin pensarlo comenzó a arrancar hojas de la palma y a entrecruzarlas no paraba de trabajar, hacía y deshacía el trabajo, varios días duró en eso, no fue a su casa solo comía del Moriche sus frutos y sus gusanos, tomaba agua del río y se bañaba con la lluvia, dormía a ratos, hasta que al fin comenzó a darle forma al instrumento, se parecía a la guitarrilla de Don Fernando pero era más pequeña, le colocó cuatro cuerdas hechas con las hojas de la Palma de Moriche entrelazando una a una y adelgazándolas con conchas de caracoles del río, cada cuerda le recordaba a sus ancestros por lo que las adelgazó con singular dedicación una por una, y entre oraciones, cantos y faena culminó el instrumento no tenía buen sonido pero servía de muestra para llevárselo a Don Fernando para construirlo en madera. 

      Don Fernando creía que lo que traía Julio Coromoto en las manos era una cesta particular que se la iba a regalar o a vender, pero cuando éste le contó de las intenciones que tenía Don Fernando le respondió:

-“Caramba chico, no sé si te pueda ayudar, yo trabajo la madera y con ella he hecho muchas cosas, muebles, figuras, juguetes, en fin de todo, pero nunca un instrumento musical”.

       Julio Coromoto le salió al paso rápidamente: 

-“Vamos Don Fernando anímese a ayudarme y creemos juntos el instrumento, ya yo tengo la forma usted colóquele el nombre”.

Don Fernando muy motivado y con los ojos brillosos por la emoción dijo: 

-“Bueno chico la verdad es que me entusiasma la idea de formar parte de la creación de un nuevo instrumento musical”.

Los dos hombres trabajaron juntos por muchos días, probaron varios tipos de madera, lijaron, relijaron, pintaron, pulieron, en fin hicieron de todo hasta lograr obtener lo deseado “El Instrumento”, ahora faltaban las cuerdas, Julio Coromoto las estaba preparando con la fibra vegetal de la Palma de Moriche, pero el sonido no era bueno, Don Fernando le comentó lo siguiente:

-“Recuerdo chico que mi abuelo allá en España para tocar su vihuela hacia las cuerdas con tripas de toro y de oveja, primero las disecaba y luego las ponía a templar al sol y esas si sonaban sabrosas”.

Ambos rieron un rato, hasta cuando comenzaron a trabajar con las tripas de un toro que habían sacrificado recientemente, Don Fernando elaboraba cinco cuerdas pero Julio Coromoto le dijo:

-“No, Don Fernando cinco no, son cuatro, acuérdese que cuatro son mis ancestros Wanadi, Shi, Kumashi y Kahunya, cuatro los elementos naturales Aire, Fuego, Agua y Tierra, las cuatro potencias humanas Género, Afecto, Erotismo y Reproducción y además los cuatro puntos cardinales Norte, Sur, Este y Oeste, lo que no sé, es que nombre le vamos a poner”.

Don Fernando lo vio de arriba abajo y le dijo:

-“Pero bueno chico no te das cuenta se llamara CUATRO”.

A partir de ese momento el cuatro comenzó a sonar sin parar metiéndose en el alma del pueblo, nativos, esclavos y algunos españoles como Don Fernando, no cesaban de oír su ritmo cadencioso. Julio Coromoto cumplió la penitencia que le correspondía en su tierra nativa, por lo que tomó su cuatro, sus maracas y con sus coplas se marchó a otro pueblo, luego a otro y a otro hasta recorrer todo el país; ya anciano y sin percatarse por donde andaba, de tanto desandar caminos, Julio Coromoto había llegado a su pueblo natal, habían transcurrido muchos muchos años, todo había cambiado, él, no conocía a nadie y nadie lo conocía a él, pero eso si al escuchar el repicar del cuatro todos salían a acompañar al mismo, algunos llevaban guaruras, otros pitos, tambores, maracas, unos palmeaban otros zapateaban, pero todos se unían al esparcimiento que éste noble instrumento generaba.

Con el tiempo Julio Coromoto desapareció, nadie supo de él, de su alegría infinita, de su copla recia y altanera, de sus maracas ni de su cuatro; algunos se atrevían a comentar que en los parrandos a pesar de no verlo sentían su presencia y se inspiraban a convertirse en el alma de las fiestas, que tocaban el cuatro con espectacular emoción y que nunca le faltaba una copla a flor de labio, que estaban dispuestos a cantar con quien sea hasta con el mismo diablo si es necesario porque sentían a Julio Coromoto diciéndoles en el oído:

-“Dale, dale recio que aquí estoy yo…” 

Por: Rómulo E. Pérez F.

“Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar silencio”